Ceaselessly

– Es el izquierdo, ¿verdad?- preguntó la primera vez.

Y a veces era el testículo equivocado, otras veces una vasectomía, y así aterrorizaba el Doctor Roberto Contreras a los pacientes antes de operarlos. En general los hombres despertaban y no se acordaban, o se tomaban la broma  con humor y no pasaba nada. Pero llegó el día en que dijo -Entonces, amigo mío… estamos listos para el cambio de sexo -El paciente, que se operó de una afección menor, despertó enfurecido y trató de bajarse de un salto. Mareado y sin fuerzas tropezó y se azotó la cabeza con una mesa de noche. Prometió demandar y cumplió.

El Doctor Contreras fue suspendido hasta que terminara el sumario. Le preocupaba, al igual que el juicio.

Con dinero y nada que hacer iba a veces a matar el aburrimiento a un barcito cerca de su casa en la calle Sebastián Elcano. Se hizo amigo del dueño y único empleado, Don Jorge, de 68 años y propietario desde hacía «más de treinta años, mijo». El lugar era sencillo y se mantenía más bien vendiendo helados y dulces durante el día, pero tenía su encanto. Y Don Jorge sabía atender a sus clientes habituales, les daba a veces una piscolita por debajo de la mesa, o los consentía a punta de panes con arrollado.

Roberto Contreras se acostumbró al trato preferencial y empezó a ir todos los días. Desde el mismo barcito y bien borracho fue que escribió a todos sus colegas y los mandó a la mierda.Y sin trabajo siguió yendo a diario, para despejar la mente un ratito, un año quizás, como un sabático, pensó.

Se sentaba en las sillas de afuera y se tomaba unas copitas. Cuando se le pasaba la mano Don Jorge le daba un cafecito y lo cuidaba un rato antes de mandarlo a acostar.

Tampoco era que la familia y el amor le sonrieran, le quedaba una que otra amiga de los tiempos de esplendor. Y cuando las amigas lo dejaron de soportar empezó a llamar putas. Y la puta que más le gustó se convirtió en su ritual semanal, se llamaba Diamante.

Se encuentraban en hoteles diferentes porque a Roberto le gustaba variar. Y además que lo hacían sentir un poco como Richard Gere. A veces presentaba a Diamante como su esposa.

– La Señora Diamante de Contreras- decía coqueto, mirándola. Diamante le correspondía y lo miraba como enamorada. Los dos caminaban después a la habitación tomados del brazo.

Y así siguieron por varios meses, reventándose cada jueves. Todo gracias a los ahorros de Contreras, a las pastillas azules que solapadamente se usaron, y a la ética laboral de Diamante.

Y claro que también se hicieron amigos.

– Es que no te podís llamar de verdad Diamante… Es que la hueá es muy loca, es como que tus viejos querían y sabían que ibai a ser artista…- Diamante le aguantaba todo, por cariño más que por plata. Roberto era un borrachito simpático, a veces se desubicaba, pero no era malintencionado.

– Yo quiero hacer un brindis- diría Contreras un tiempo después, parado sobre una silla en el boliche de su amigo Jorge- Un brindis por mi señora esposa, Diamante de Contreras- gritó derramando un poco de cerveza- Diamante, ¿te casarías conmigo?- sorprendió a la audiencia, que incluía dos jardineros municipales en uniforme. Diamante lo miró y no supo que decir, este huevón siempre salía con bromas malas. Los jardineros y Don Jorge miraban en silencio. Diamante decidió seguirle la corriente.

– Sí, Roberto, lo sabes- respondió coqueta y sonriendo. Don Jorge siguió secando vasos, sabía que todo era un juego.

 – ¡Buena, compare!- gritó el jardinero flaco. – ¡Viva los novios! – contribuyó el más gordo.

Contreras bajó de la silla y puso su vaso en la mesa de melamina. Caminó dos pasos cortos para pararse frente a su novia. Diamante lo miraba fingiendo una sonrisa. Instantes después comenzó a llorar. Se levantó y salió corriendo del bar.

– ¡Cha!- gritó sin querer ofender el jardinero flaco. Contreras lo miró mal y salió corriendo tras ella. La encontró en la esquina, llorando en cuclillas, apoyada en un letrero de ceda el paso.

– ¿Qué pasa, mi amor, por qué llora?- preguntó el Doctor arrodillado a su lado. -¿Le molestó lo que dije?, porque usted no sabe una cosa… que yo le pregunté de verdad- la levantó y le besó los labios -no lo dije de borracho, no se preocupe.- la llevó a su casa.  Se acostaron juntos pero sólo durmieron. Diamante era rubia, delgada, y voluptuosa en los lugares correctos. Y a Roberto le encantaba tirársela.

Contreras seguía un poco intoxicado cuando despertó y caminó a la cocina a preparar un café, entendía la seriedad de lo sucedido. Diamante estaba durmiendo todavía en su cama, soñando de un futuro en esa misma casa. Tenerla ahí no era una idea tan desagradable, pero de ahí a comprometerse tanto.

Con la máquina de café todavía en operación, Diamante se asomó por la cocina.

– Me escribió el Jimmy Dance, le dije que me iba a casar contigo y que no iba a trabajar más, dijo que no podía ser, está enojado y viene para acá-

– ¿Quién chucha es el Jimmy Dance?, ¿Tu cafiche?, ¿Tu cafiche viene para acá?-

El timbre sonó un par de veces, impidiendo que Diamante contestase.

– ¡Abran!, ¡abran!, ¡si quiero hablar no más!-

Roberto caminó hasta detrás el sofá y tomó un bate de baseball.

-Ándate a la pieza, yo hablo con él y voy- Diamante obedeció y desapareció por el pasillo. Contreras se dirigió hacia la puerta, la abrió con la mano izquierda, escondiendo su arma. La puerta lo golpeó fuerte y lo tiró al piso, una mano lo levantó de la camisa y otra le empezó a dar puñetazos, uno, dos, tres, cuatro.

-¿Vos sabís quién soy yo, concha de tu madre?- gritó Jimmy, antes de lanzarlo sobre el sofá. Roberto se llevó las manos a la cara y sintió la carne viva de su mejilla izquierda, destrozada por un anillo -¿Creís que me vai a venir a patear la reina, concha de tu madre?, a ver si soi valiente ahora, gil culiado… ¿Creís que me podís quitar la mina porque tenís plata?, me da lo mismo tu plata, yo a vos te cago, te funo, soi mucho más vivo que vos, culiado, yo soy de la calle, yo crecí en la calle y soi más vivo que vos, y quédate ahí sentado. ¿Dónde está la maraca?

En el suelo y apoyado con ambas manos tras las espalda, Roberto se compuso un momento. Sabía que debía reaccionar rápido, a pesar de lo mal que se estaba sintiendo. Jimmy , aún confiado en haberle causado ya bastante daño, no lo vio venir.

Roberto se levantó de un salto y le encajó un cabezazo por debajo del mentón. Jimmy Dance cayó de súbito, y permaneció de boca un segundo, tratando de cubrirse.

Contreras cogió el bate y golpeó a Jimmy en el hombro derecho. El grito le salió del estómago, no de la lengua, que reposaba a su lado.

El segundo golpe cayó sobre las cejas.

Roberto soltó el bate y miró un cuerpo inmóvil.

– ¿Lo mataste?- preguntó Diamante desde el pasillo.

– Yo creo que sí- ambos admiraron la escena en silencio.

– ¿Y qué vamos a hacer?-

– Vamos a llamar a los Carabineros- respondió Roberto, acercándose al teléfono – Y después me voy a poner a buscar trabajo…

– Carabineros de Chile- alcanzó a escuchar Diamante, que ya se había acercado a su novio.

En la cocina una alarma anunció que el café estaba listo.

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